NAPOLEÓN PISANI..,

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jueves, 7 de abril de 2011

JAMES MUDIE SPENCE

Un inglés amigo de Venezuela


Napoleón Pisani Pardi

    En la primera edición en español del libro La Tierra de Bolívar, de James Mudie Spence, el historiador Pedro Grases, quien escribió el prólogo de esta publicación, dice lo siguiente: “Sabido es que Spence causó una pequeña revolución de ideas y actos en Caracas. Elementos había para tal revolución. Spence, con el prestigio del nombre extranjero, con el espíritu de iniciativa propio de sociedades más avanzadas, fue centro de varias empresas de cultura”. Y fue así, como lo demuestra la importante exposición colectiva de dibujos, pinturas al óleo, acuarelas, grabados, fotografías, esculturas, artesanías y diversos trabajos más, que durante cuatro días fue el centro de atención en Caracas. La exhibición se llevó a cabo en el Café del Avila, situado frente a la Plaza Bolívar, y cuyo dueño era Ildefonso Meserón y Aranda, hombre sumamente apreciado por los caraqueños de aquella época, que sabían de su larga y honesta trayectoria en el oficio de la hotelería.
  

Ildefonso Meserón y
Aranda

    La muestra colectiva de arte se abrió al público el 28 de julio de 1872, bajo los auspicios de Antonio Guzmán Blanco, Presidente de la República; Ministro de Fomento, Dr. Martín J. Sanabria y de Relaciones Exteriores, Antonio Leocadio Guzmán, y del Gobernador del Distrito Federal, Dr. Jesús María Paúl. 527 obras conformaban aquella muestra que tanto estímulo le dio al arte nacional.
    Quizás tenga cierto interés el contar que el establecimiento del señor Meserón fue inaugurado cuatro meses antes de la exposición, y puesto a la venta en los primeros días del mes de enero de 1873, como así lo atestigua un anuncio que el dueño del local publicó en el diario La Opinión Nacional, el 9 de enero de 1873. Decía así:

Café y Restaurant del Avila
Se vende este establecimiento por tener
El que suscribe que atender personalmente
A la empresa del Hotel del Capitolio.
Los señores que tengan cuentas pendientes
se servirán cancelarlas a la mayor brevedad.
I. Meserón y Aranda

    Mudie Spence vino a Venezuela, como él mismo lo dice, “para mejorar mi salud, deteriorada por exceso de trabajo, y tenía también un objeto ulterior: buscar cualesquiera depósitos valiosos de minerales que pudieran existir en las islas que orlan la costa”. El inglés hizo amistad con mucha gente importante de aquellos días, entre ellas el Presidente Guzmán Blanco, Adolfo Ernst, Henrique Lisboa, Anton Goering y los hermanos Ramón y Nicanor Bolet Peraza. Con el primero de estos dos hermanos, que era pintor, hizo una especial amistad. Bolet acompañó en varias de sus excursiones a Mudie Spence, y realizó muchos dibujos y acuarelas de todos los sitios visitados en aquellos paseos, algunas de esas obras fueron expuestas en la colectiva del Café del Avila.

El pintor Ramón Bolet
Peraza


    El inglés supo valorar debidamente el talento artístico de Ramón Bolet, tanto fue así, que le brindó los medios económicos para que el venezolano pudiera viajar a Londres y visitar al pintor y critico de arte John Ruskin, quien elogió con gran entusiasmo los dibujos y pinturas que le enseñó Bolet.
    Según Pedro Grases, Mudie Spence “formó una colección de objetos de todo género, relativos al país, los cuales exhibió ulteriormente en la ciudad de Manchester”. Durante su residencia en Venezuela (1871-1872), obtuvo muchos datos de carácter histórico, geográfico, botánico, político, económico y social del país, que posteriormente relata en su interesante libro La Tierra de Bolívar que publica en Inglaterra en 1878, poco antes de morir.
    Cuando James Mudie Spence llega a La Guaira el 2 de marzo de 1871, a bordo  del buque de vapor “Cuban”, hace una descripción de varios lugares del litoral central, que a continuación incluimos en este escrito:
    “La primera impresión de La Guaira es notable, y al mismo tiempo parece demarcar la distinción entre las obras humanas y las de la naturaleza. Levantándose desde el océano están las poderosas montañas, y a su pie reposa la ciudad, pareciendo extrañamente insignificante por contraste con ellas. Mientras el ojo se detiene sobre todo el paisaje, la pequeña ciudad parece agarrarse a las rocas, como si temiera que algún movimiento súbito la arrojara al mar. Podría uno imaginar a las montañas como crueles gigantes, y a La Guaira como una lamentosa suplicante aferrada a sus pies.


La Guaira en el siglo XIX. Dibujo tomado del libro
La Tierra de Bolívar.


    La Aduana es un edificio de dos pisos, con muros lo bastante espesos y fuertes para resistir bombas o terremotos. Se han logrado algunas pretensiones de efecto arquitectónico, pero sus constructores estaban guiados ante todo por motivos utilitarios. Los cómodos almacenes, que ocupan toda la planta baja, lo hacen admirablemente adecuado para una aduana. Esta situado en una pequeña elevación sobre el muelle, y está comunicado con él por un tranvía. A todo lo largo del frente del edificio hay un toldo voladizo fijado a columnas, que hacen sus cuartos deliciosamente frescos y agradables. Como la mayoría de las casas grandes, está construido en el antiguo estilo español. En el centro hay una puerta, que da acceso al patio; en torno a él están los almacenes. Una gran escalera conduce al piso superior, que forma la residencia del Aduanero. Se ha reservado una “suite” de cuartos para uso del Presidente cuando visita el puerto. La Aduana es un lugar lleno de actividad, pues es la más importante de la República, y por las manos de su hábil personal de empleados pasa una gran cantidad de mercancía. Esta rama del servicio público ha sido grandemente mejorada desde que el actual Gobierno llegó al poder. Es la “aldea de los fabricantes de oro”, donde se fabrican los tendones de la guerra. Obtener posesión de esta Aduana ha sido el objeto de varias intentonas revolucionarias. Mucho espíritu inquieto ha visto excitada su codicia, y ha creado perturbaciones, a fin de lograr que la administración caiga en sus manos.

La Aduana de La Guaira.


    La Guaira está situada de veinte a treinta pies sobre el nivel del mar, y tiene un clima que los nativos dicen es cálido y sano. Sobre lo primero no puede haber disputa; La Guaira es ciertamente uno de los sitios más calientes de la tierra. En cuanto a su salubridad, se ha vuelto un lugar común de verano para las gentes de Caracas, que vienen allí por razones de higiene.
    Mi estada en La Guaira fue muy corta, debido a un deseo natural por llegar a la capital, a veintiuna millas de distancia. El camino carretero a Caracas es un pintoresco camino de montaña, bordeando la quebrada de Tipe. Su gran falla es que en un punto se eleva quinientos pies para descender otros tantos; mientras que un ascenso gradual continuo habría podido hacerse a menor costo. Con esa sola excepción, y unos cuantos intervalos de piso escabroso, la carretera es una magnífica obra de ingeniería, mucho mejor que las nueve décimas de las carreteras de los Estados Unidos. Era  muy refrescante y agradable, después del intenso calor de La Guaira, sentir la fresca brisa de la montaña; pero los sacudones del coche, en las partes escabrosas de la carretera, hurtaban el sumo goce de las bellezas del paisaje, que de otra manera habría disfrutado sin duda. Sin embargo el exquisito placer que ofrecía cada curva de la carretera no impidió que sintiera sumo alivio al llegar finalmente a Caracas”.


Fritz Georg Melbye, Vista de Caracas, 1852.

    El libro La Tierra de Bolívar fue traducido al idioma español por Jaime Tello, y editado por el Banco Central de Venezuela en 1965.


Publicado en la Revista del Sistema Nacional de Museos de Venezuela, número 8. Año 1. Marzo de 2012.

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