NAPOLEÓN PISANI..,

NAPOLEÓN PISANI.., se encuentra en su estudio y les da a todos los visitantes la más cordial bienvenida...

Adelante amigos, siéntanse como en vuestra casa...

miércoles, 27 de abril de 2011

LOS HIJOS DE HENRY MORGAN

Napoleón Pisani Pardi



    La periodista Norma Rivas Herrera del diario Ultimas Noticias, publicó una pequeña nota en este mismo diario, con fecha 16 de abril del año en curso, donde señalaba la mala restauración de unas casas situadas en el casco histórico de La Pastora: “Desde hace dos años y seis meses, 50 familias que residen en el casco histórico de La Pastora esperan por la restauración de sus viviendas, obra encomendada por el Presidente Hugo Chávez en el 2007 durante su programa dominical”.
    Según esta periodista, uno de los vecinos afectados con la paralización de la obra, el señor Luis Ramírez, declaró que las empresas contratistas hicieron trabajos de mala calidad, además de desaparecer ventanas, puertas, romanillas con cristales, y otros elementos patrimoniales de valor histórico, que no fueron devueltos a las casas y sus propietarios. Esta piratería ha proliferado últimamente por todas partes. Ejemplos abundan, como los trabajos inconclusos en la Escuela Superior de Música, Angel Lamas, una magnifica arquitectura diseñada por Alejandro Chataing, decretada Monumento Histórico Nacional, que ahora está en ruinas.
    Algo parecido sucedió con el edificio de la Biblioteca Simón Rodríguez, que también fue decretado Monumento Histórico Nacional en 1980, que es obra limpia, y sin embargo pintaron parte de su fachada… esta joya de la arquitectura venezolana, realizada por el ingeniero Guillermo Salas en 1938, tiene cuatro pisos en estilo art déco, y en su interior se puede apreciar el hermoso vitral del artista Eduardo Borges Salas, que está roto, y cubre la pared este y parte del techo de la construcción. Actualmente, este edificio presenta muchos daños.
 
Un aspecto del vitral de
Eduardo Borges Salas.
 
Foto de uno de los vitrales
rotos de la Biblioteca
Simón Rodríguez














    Estos hijos de Morgan, le cambiaron el color a la escultura de bronce realizada por Abel Vallmitjana en homenaje al poeta Andrés Eloy Blanco, que está frente a la iglesia Santa Capilla, y, además, no repararon el hueco que presenta la base de esta excelente obra. Y ahora que recién nombramos a Santa Capilla, pues bien, esta arquitectura religiosa fue “restaurada” hace pocos años, y ahora se está desmoronando… Por cierto, aquí hay un cuadro de Arturo Michelena que se titula La Multiplicación de los Panes y los Peces, que desde el año 2002 está envuelto en plástico. Eso le tiene que haber causado daños a esa extraordinaria obra del artista venezolano.

El cuadro de Arturo Michelena, envuelto en
plástico desde el año 2002.

    Las iglesias El Calvario y El Dulce Nombre de Jesús, ambas en Petare, ahora están sufriendo las graves consecuencias originadas por una pésima intervención, hace varios años, de estos personajes con pata de palo y parche en el ojo. En la segunda de estas dos iglesias, hay unas obras del pintor Tito Salas que, desde hace mucho tiempo, necesitan ser intervenidas por verdaderos profesionales de la restauración de obras de arte.
    Por si esto fuera poco, unos cuantos de estos “expertos restauradores”, pintaron de color sepia las esculturas de mármol realizadas por Emilio Gariboldi, que están colocadas en el Arco de la Federación. ¿Quién les dijo a estos hijos de Morgan que las esculturas de mármol se pueden pintar?
    Forman parte de este mismo equipo, quienes mancharon el cuadro La Caridad, de Antonio Herrera Toro, que se encuentra en la iglesia Catedral de Caracas, por no proteger esta obra antes de proceder a pintar las paredes donde se encuentra este patrimonio artístico nacional.
    Pero no todo es malo, y hay que decirlo, pues actualmente se están realizando trabajos de restauración a la edificación del Panteón Nacional, donde hay, o había, filtraciones del agua de la lluvia, que le causaron daños severos a las pinturas de Tito Salas. Tenemos la esperanza de que todos estos trabajos de restauración a este importantísimo Monumento Histórico Nacional, estén siendo realizados por auténticos profesionales en la materia. Que así sea.

Panteón Nacional.


FOTOS ANEXAS


Hueco en la base de la
escultura de Vallmitjana.

Escultura de
Abel Vallmitjana.






 








Escultura de Gariboldi
pintada de color sepia.
 
Detalle de la obra de Tito Salas,
donde se puede apreciar una
parte del deterioro del cuadro.


EL DR. HECTOR ARTILES HUERTA Y ARMANDO REVERON

Napoleón Pisani Pardi



    En el instituto San Jorge, que era privado, y dirigido por el Dr. Báez Finol, el Dr. Artiles Huerta estuvo siempre muy cerca de Armando Reverón.

    En una de las tantas veces en que visité al pintor César Cignoni en su casa de Los Chorros, el Dr. Héctor Artiles Huerta, también asiduo visitante a esa casa, me obsequió su libro titulado Casos Clínicos. En una parte del prólogo de esta publicación, el Dr. Ibáñez Petersen dijo lo siguiente: “…estudia la vida de los pintores venezolanos y sus vicisitudes psíquicas; recalca de manera muy especial la historia clínica de Armando Reverón, ese venezolano que demostró su grandeza enmarcada en su penumbra mental. Sus desajustes fueron tratados por el Dr. Báez Finol, pero quien realmente estuvo cerca de Reverón durante sus horas difíciles y en el momento de su muerte fue Héctor Artiles. Mucho se ha escrito sobre ese genio de la pintura venezolana, enfoques críticos de su obra han llenado páginas pero quizás la persona más autorizada para evaluar su patografía es Artiles porque vivió más cerca su tragedia. Este libro descubre aspectos poco conocidos de Reverón”. Caracas, 22 de octubre de 1981.


    Pero en la segunda edición de Casos Clínicos, el Dr. Luis E. Fuentes Guerra, se refiere a este libro en estos términos: “La obra de Artiles atrae y convida, hasta al más profano, cuando se hojean sus páginas y se advierta, con verdadera sorpresa, la polícroma presencia del arte pictórico, expresado en cuadros de famosos pintores vernáculos: Armando Reverón, Humberto González, Bárbaro Rivas, Alberto Brandt, Luis Ordáz, Feliciano Carvallo y Alejandro Colina. Es que estos célebres artistas nuestros concurrieron como enfermos mentales a las salas hospitalarias de Instituciones Psiquiátricas donde Artiles prestaba sus servicios profesionales, especialmente en el Sanatorio San Jorge y en el Hospital Psiquiátrico de la ciudad de Caracas”. 10 de agosto de 1987. 

Bárbaro Rivas.
Autorretrato.

Feliciano Carvallo.
Sin título.














     El Dr. Artiles ingresó al Instituto San Jorge, como médico residente, en septiembre de 1947, y en 1948 ingresó al Hospital Psiquiátrico de Caracas, como adjunto. En el Instituto San Jorge, que era privado, y dirigido por el Dr. Báez Finol, el Dr. Artiles Huerta estuvo siempre muy cerca de Armando Reverón. En la casa de César Cignoni, con mucha frecuencia nos hablaba de su trato con el artista. En aquellas conversaciones, el psiquiatra nos demostraba su conocimiento acerca del arte, y eso le permitió valorar con certeza la obra de Reverón, lo que le permitió, asimismo, obtener las mayores y mejores herramientas para acercarse, como psicoterapeuta, a la personalidad clínica de Armando Reverón.
    “Reverón como hombre fue un genio, como paciente fue genial”. Nos dijo el Dr. Artiles. “Sus últimos cuadros los pintó en el Sanatorio, que estaba en la Avenida España de Catia. El pintaba cuando estaba en los momentos de mejoría”. Esto mismo lo aseguró muchas veces su médico tratante, el Dr. Báez Finol: “Reverón siempre pintó en sus monumentos de lucidez. Lo que se diga al margen, puede considerarse como una falta de conocimiento de su personalidad”: Algo parecido nos dijo en 1963 el Dr. Moisés Felmand, quien también se había interesado por estudiar la enfermedad mental del artista.

Miguel Otero Silva.

    El escritor Miguel Otero Silva, gran amigo y gran admirador de la obra del pintor, declaró en una ocasión lo siguiente: “Yo no niego los quebrantos se salud mental que le diagnosticaron los psiquiatras, pero cada vez que yo hablaba con él, su conversación era por demás lúcida y vibrante. Frente a los turistas, frente a quienes iban por simple curiosidad, Reverón utilizaba la teatralidad, exagerando todos sus movimientos y vocabularios. Esto no era más que un mecanismo de defensa de sus soledades, de no dejar invadirse, de no permitir preguntas impropias sobre su trabajo”.
    Los últimos cuadros de Reverón fueron realizados en el Sanatorio San Jorge, en Catia. Una de estas obras: El Patio del Sanatorio, se encuentra en la Galería de Arte Nacional, otras más, deben pertenecer a la hija del Dr. Báez Finol, la Dra. María José Báez Loreto. Según el psiquiatra Artiles Huerta, “días antes de morir, el artista había visitado el Museo de Bellas Artes, y luego el Nuevo Circo de Caracas, en compañía de su médico tratante, pues tenía en mente realizar una obra cuyo tema era una corrida de toros”. Reverón era amante de la fiesta brava. Allá en Macuto, en el Castillete, el pintor guardaba los cuernos de un toro, y había fabricado una montera y unas banderillas de utilería, para en algunas ocasiones ser usadas en aquellas famosas representaciones teatrales organizadas por el artista. Y cuando los integrantes del Círculo de Bellas Artes, a comienzo del siglo pasado, llevaron a cabo una novillada en el Circo Metropolitano con la finalidad de recaudar fondos en beneficio de esa agrupación artística, él único que se le arrimó al toro y dio unos buenos pases con el capote, fue Armando Reverón…


    Aquel cuadro que el artista pensaba realizar en el Nuevo Circo, no se pudo hacer, pues un día sábado del 18 de septiembre de 1954, y a las dos de la tarde, el pintor falleció a consecuencia de una hemorragia cerebral. Al día siguiente el féretro fue trasladado al Museo de Bellas Artes, donde el escultor Santiago Poletto le hizo una mascarilla a Reverón, quien un día antes, y de inmediato, hizo su entrada a la inmortalidad.

sábado, 16 de abril de 2011

ALGO MAS SOBRE ARMANDO REVERON

Napoleón Pisani Pardi

Reverón con dos de sus muñecas.

    Es realmente difícil, muy difícil, dejar de hablar de Armando Reverón, ese extraordinario personaje del arte nacional, que creó un mundo en su casa–taller a la medida de sus necesidades interiores, allá en Macuto, frente al mar, cuando él inició la construcción de su castillete “con una gran fiesta, un día domingo, donde algunos invitados: los amigos, relacionados y vecinos, el constructor Mr. Keller y sus obreros, empezaron a cavar hoyos para meter las columnas de araguaney y de vera, y fijarlas con cemento y piedras. A las 3, un descanso para almorzar con el siguiente menú: Sancocho de pescado, hallaquitas, caraotas, carne frita, guasacaca indígena, plátano frito, pescado frito, arroz blanco, tortilla, papas rellenas, pan isleño, helados, brandy, vinos, ron, ponche crema, aguardiente de caña, café y chocolates. Y en la noche fuegos artificiales y música, terminando con un paseo de luna”. Esto es una parte de la descripción que el propio Reverón hizo del levantamiento del castillete, y que fue publicado por Alfredo Boulton en su libro titulado Armando Reverón. Esto de finalizar el primer día de trabajo con fuegos artificiales y un paseo de luna, sólo se le puede ocurrir a un verdadero artista, o a un gran poeta, o a un maravilloso y espectacular ilusionista fuera de serie. Buen comienzo en la construcción de una arquitectura que tanta importancia tuvo para el arte nacional.
    Este determinante y obsesivo espacio estético, tan ajustado a una forma de existencia muy próxima a la representación teatral, ya no existe, fue destruido por la furia de las aguas a finales del siglo pasado. Hoy ese lugar sólo da tristeza y vergüenza, y reclama la atención de todas las instituciones culturales del Estado.

Lo poco que quedó del
Castillete.

El anexo del Castillete, el
cual puede ser recuperado.











     Somos muchos los que solicitamos la reconstrucción del castillete y la intervención de su espacio anexo, que está en pie, y que es salvable. Y si eso se logra, no quedaría más remedio que producir una magnífica fulguración de fuegos artificiales que luego terminaría con un poético y delicioso paseo lunar…

Autorretrato en piedra de Reverón

    Cuando en el año de 1943 muere Dolores Travieso, la madre de Reverón, él, con la ayuda de otras personas, transportó una enorme piedra desde la playa que está frente al Cementerio de La Guaira, y fue colocada en la tumba de su madre. Y luego, bajo el sol inclemente, comenzó a esculpir su autorretrato y la siguiente inscripción: Dolores T. Reverón. Recuerdo de sus hijos Armando y Juanita. Enero 2 – 1943. Alrededor de la tumba el artista colocó, también, bancos de piedra. Hace más de cuarenta años que no vamos a ese lugar. No sabemos si el deslave arrastró con todos esos elementos de piedra. No lo sabemos. Pero aquella acción del pintor–escultor, nos habla de su originalidad, cualidad constante y sobresaliente de su personalidad.

Piedra colocada por Reverón en la
tumba de su madre, Dolores Travieso.

    Las piedras, con su simbolismo ancestral, fueron de mucha importancia en gran parte de la vida del artista, como también para el psicólogo suizo Carl Gustav Jung, que en el jardín de su casa construyó un magnífico torreón. “Tuve que reproducir en la piedra mis ideas más íntimas”. Y el artista popular y arquitecto por la gracia de Dios, Juan Félix Sánchez, guiado por las potencias mágicas de estas materias, edificó, allá en Mérida, sus capillas de piedras. Como otro tanto hizo Gaudí en Barcelona, España, en el Parque Güel y otras arquitecturas más.

Reverón le pertenece al pueblo

    El pintor Eyidio Moscoso, que vivía al frente de la casa de Reverón, desde niño lo conoció y admiró y se acercó a él y a Juanita, y años después, ya adulto, empezó a escribir lo que recordaba de Reverón y de su compañera. La Fundación Museo Armando Reverón publicó esos recuerdos bajo el título de Reverón, Amigo de un Niño. De allí tomo este pequeño texto: “El conocer la obra y la existencia de Armando Reverón, levantaría en sumo grado el gentilicio de muchos venezolanos. Puesto que se sentirían emparentados con un personaje inmortal de su misma estirpe y altura social”. Este libro de Eyidio Moscoso fue publicado luego de su muerte, ocurrida el 13 de mayo de 1996, en su casa frente al castillete.
    Desde el primer momento en que Reverón y Juanita se instalan en Macuto, surgió una relación afectuosa con la comunidad. Fue decisiva la participación del vecindario en muchas de las actividades que se realizaban en la casa del artista. Albañiles, maestros de obra, costureras y modelos para sus dibujos y pinturas, estaban siempre dispuestos a colaborar con Reverón y a presenciar sus representaciones teatrales en aquel ambiente tan propicio para tales actos. El, a través de ese comportamiento particular y repetitivo, logró llevar a cabo una obra extraordinaria y única en las artes plásticas del país. El pintor encontró en aquel lugar las condiciones necesarias para realizar una obra de acorde a sus necesidades interiores.

El poeta Vicente Gerbasi

    Dentro de aquella instalación artística, Reverón recibía las visitas de sus verdaderos amigos, como Armando Planchart, Manuel Cabré, Victoriano de Los Ríos, Alfredo Boulton, Juan Liscano, Miguel Otero Silva, Margot Benacerraf, Edgar Anzola, Roberto Lucca, Mary Pérez Matos, Julián Padrón, Vicente Gerbasi, Bernardo Monsanto, Luisa Phelps, Alirio Oramas, y otros más. Pero, asimismo, fue visitado por algunos turistas extranjeros, y personas que vivían en Caracas y en otros lugares del país, que lo iban a ver por simple curiosidad, o para llevarse como “souvenir”, y a precio de ganga, una obrita del pintor, pero también nunca dejaron de ir al castillete quienes iban a divertirse con “las rarezas del loco Reverón”, pues tomaban al artista como si fuera un personaje de circo.

Tres amigos de Reverón

    Marcos Cadi, el artista popular que vivía en El Cojo, cerca de Las Quince Letras, el que hacía figuras de santos inventados, el viejo con cara de profeta, el larguirucho personaje que hablaba en parábolas, amigo de Armando Reverón, nos dijo en una oportunidad que el pintor le había confesado que Juanita era una santa, una santa que había encontrado para ayudarlo a realizar su obra, y que él, después de muchos años de vivir con ella, había comprendido la razón de aquella unión.
    “Pinto porque esa es mi vida y no puedo evitarlo”, le dijo Reverón al escritor Jean Nouel en el Centro Venezolano Americano en 1951, cuando allí se realizó una exposición de 55 obras del artista, que fue organizada en su homenaje por Elisa Elvira Zuloaga. “Yo no vendo nada”, agregó el pintor, y luego le comenzó a decir varias cosas acerca del mar, de las vegetaciones de la costa, de sus habitantes, y de cómo se prepara el carite en escabeche, y el sancocho de pescado, con plátano verde, yuca, ocumo y apio, y cuál era el mejor casabe… Así era Reverón, quien también era capaz de analizar plásticamente las obras de los artistas de vanguardia, como lo afirmó Juan Liscano:
“Me consta que entendía a cabalidad las expresiones plásticas más avanzadas de su tiempo, como pude comprobarlo en reiteradas conversaciones con él en un estudio que yo tenía, de “Piedra a Venado”, donde él solía pasar la noche cuando se quedaba en Caracas. Recuerdo una noche en que me estuvo explicando, desde un punto de vista plástico y psicológico, cuadros de Miró, Paul Klee y Tanguy. Quien lo hubiera oído hablar en aquella oportunidad, lo hubiera tomado por un pintor de esas búsquedas”. Así también era Reverón.

jueves, 7 de abril de 2011

JAMES MUDIE SPENCE

Un inglés amigo de Venezuela


Napoleón Pisani Pardi

    En la primera edición en español del libro La Tierra de Bolívar, de James Mudie Spence, el historiador Pedro Grases, quien escribió el prólogo de esta publicación, dice lo siguiente: “Sabido es que Spence causó una pequeña revolución de ideas y actos en Caracas. Elementos había para tal revolución. Spence, con el prestigio del nombre extranjero, con el espíritu de iniciativa propio de sociedades más avanzadas, fue centro de varias empresas de cultura”. Y fue así, como lo demuestra la importante exposición colectiva de dibujos, pinturas al óleo, acuarelas, grabados, fotografías, esculturas, artesanías y diversos trabajos más, que durante cuatro días fue el centro de atención en Caracas. La exhibición se llevó a cabo en el Café del Avila, situado frente a la Plaza Bolívar, y cuyo dueño era Ildefonso Meserón y Aranda, hombre sumamente apreciado por los caraqueños de aquella época, que sabían de su larga y honesta trayectoria en el oficio de la hotelería.
  

Ildefonso Meserón y
Aranda

    La muestra colectiva de arte se abrió al público el 28 de julio de 1872, bajo los auspicios de Antonio Guzmán Blanco, Presidente de la República; Ministro de Fomento, Dr. Martín J. Sanabria y de Relaciones Exteriores, Antonio Leocadio Guzmán, y del Gobernador del Distrito Federal, Dr. Jesús María Paúl. 527 obras conformaban aquella muestra que tanto estímulo le dio al arte nacional.
    Quizás tenga cierto interés el contar que el establecimiento del señor Meserón fue inaugurado cuatro meses antes de la exposición, y puesto a la venta en los primeros días del mes de enero de 1873, como así lo atestigua un anuncio que el dueño del local publicó en el diario La Opinión Nacional, el 9 de enero de 1873. Decía así:

Café y Restaurant del Avila
Se vende este establecimiento por tener
El que suscribe que atender personalmente
A la empresa del Hotel del Capitolio.
Los señores que tengan cuentas pendientes
se servirán cancelarlas a la mayor brevedad.
I. Meserón y Aranda

    Mudie Spence vino a Venezuela, como él mismo lo dice, “para mejorar mi salud, deteriorada por exceso de trabajo, y tenía también un objeto ulterior: buscar cualesquiera depósitos valiosos de minerales que pudieran existir en las islas que orlan la costa”. El inglés hizo amistad con mucha gente importante de aquellos días, entre ellas el Presidente Guzmán Blanco, Adolfo Ernst, Henrique Lisboa, Anton Goering y los hermanos Ramón y Nicanor Bolet Peraza. Con el primero de estos dos hermanos, que era pintor, hizo una especial amistad. Bolet acompañó en varias de sus excursiones a Mudie Spence, y realizó muchos dibujos y acuarelas de todos los sitios visitados en aquellos paseos, algunas de esas obras fueron expuestas en la colectiva del Café del Avila.

El pintor Ramón Bolet
Peraza


    El inglés supo valorar debidamente el talento artístico de Ramón Bolet, tanto fue así, que le brindó los medios económicos para que el venezolano pudiera viajar a Londres y visitar al pintor y critico de arte John Ruskin, quien elogió con gran entusiasmo los dibujos y pinturas que le enseñó Bolet.
    Según Pedro Grases, Mudie Spence “formó una colección de objetos de todo género, relativos al país, los cuales exhibió ulteriormente en la ciudad de Manchester”. Durante su residencia en Venezuela (1871-1872), obtuvo muchos datos de carácter histórico, geográfico, botánico, político, económico y social del país, que posteriormente relata en su interesante libro La Tierra de Bolívar que publica en Inglaterra en 1878, poco antes de morir.
    Cuando James Mudie Spence llega a La Guaira el 2 de marzo de 1871, a bordo  del buque de vapor “Cuban”, hace una descripción de varios lugares del litoral central, que a continuación incluimos en este escrito:
    “La primera impresión de La Guaira es notable, y al mismo tiempo parece demarcar la distinción entre las obras humanas y las de la naturaleza. Levantándose desde el océano están las poderosas montañas, y a su pie reposa la ciudad, pareciendo extrañamente insignificante por contraste con ellas. Mientras el ojo se detiene sobre todo el paisaje, la pequeña ciudad parece agarrarse a las rocas, como si temiera que algún movimiento súbito la arrojara al mar. Podría uno imaginar a las montañas como crueles gigantes, y a La Guaira como una lamentosa suplicante aferrada a sus pies.


La Guaira en el siglo XIX. Dibujo tomado del libro
La Tierra de Bolívar.


    La Aduana es un edificio de dos pisos, con muros lo bastante espesos y fuertes para resistir bombas o terremotos. Se han logrado algunas pretensiones de efecto arquitectónico, pero sus constructores estaban guiados ante todo por motivos utilitarios. Los cómodos almacenes, que ocupan toda la planta baja, lo hacen admirablemente adecuado para una aduana. Esta situado en una pequeña elevación sobre el muelle, y está comunicado con él por un tranvía. A todo lo largo del frente del edificio hay un toldo voladizo fijado a columnas, que hacen sus cuartos deliciosamente frescos y agradables. Como la mayoría de las casas grandes, está construido en el antiguo estilo español. En el centro hay una puerta, que da acceso al patio; en torno a él están los almacenes. Una gran escalera conduce al piso superior, que forma la residencia del Aduanero. Se ha reservado una “suite” de cuartos para uso del Presidente cuando visita el puerto. La Aduana es un lugar lleno de actividad, pues es la más importante de la República, y por las manos de su hábil personal de empleados pasa una gran cantidad de mercancía. Esta rama del servicio público ha sido grandemente mejorada desde que el actual Gobierno llegó al poder. Es la “aldea de los fabricantes de oro”, donde se fabrican los tendones de la guerra. Obtener posesión de esta Aduana ha sido el objeto de varias intentonas revolucionarias. Mucho espíritu inquieto ha visto excitada su codicia, y ha creado perturbaciones, a fin de lograr que la administración caiga en sus manos.

La Aduana de La Guaira.


    La Guaira está situada de veinte a treinta pies sobre el nivel del mar, y tiene un clima que los nativos dicen es cálido y sano. Sobre lo primero no puede haber disputa; La Guaira es ciertamente uno de los sitios más calientes de la tierra. En cuanto a su salubridad, se ha vuelto un lugar común de verano para las gentes de Caracas, que vienen allí por razones de higiene.
    Mi estada en La Guaira fue muy corta, debido a un deseo natural por llegar a la capital, a veintiuna millas de distancia. El camino carretero a Caracas es un pintoresco camino de montaña, bordeando la quebrada de Tipe. Su gran falla es que en un punto se eleva quinientos pies para descender otros tantos; mientras que un ascenso gradual continuo habría podido hacerse a menor costo. Con esa sola excepción, y unos cuantos intervalos de piso escabroso, la carretera es una magnífica obra de ingeniería, mucho mejor que las nueve décimas de las carreteras de los Estados Unidos. Era  muy refrescante y agradable, después del intenso calor de La Guaira, sentir la fresca brisa de la montaña; pero los sacudones del coche, en las partes escabrosas de la carretera, hurtaban el sumo goce de las bellezas del paisaje, que de otra manera habría disfrutado sin duda. Sin embargo el exquisito placer que ofrecía cada curva de la carretera no impidió que sintiera sumo alivio al llegar finalmente a Caracas”.


Fritz Georg Melbye, Vista de Caracas, 1852.

    El libro La Tierra de Bolívar fue traducido al idioma español por Jaime Tello, y editado por el Banco Central de Venezuela en 1965.


Publicado en la Revista del Sistema Nacional de Museos de Venezuela, número 8. Año 1. Marzo de 2012.

martes, 5 de abril de 2011

EN LOS SALONES DE ARTE: PERMANENTE IRRESPETO A LOS ARTISTAS




Parece ser que el universo de las simpatías y antipatías, el de los compromisos con el mercado del arte, el de las consonancias políticas, pachangueras, o de cualquier otra índole, influyen de manera determinante a la hora de juzgar las obras enviadas a los salones.
Napoleón Pisani Pardi


De nuevo, en el Salón del Concejo Municipal de Caracas, se vuelve a irrespetar la obra de los artistas plásticos del país.  Quisiera saber cuáles fueron los criterios utilizados por el jurado al momento de admitir, rechazar y premiar los trabajos enviados al último salón Juan Lovera.
        “Aquí hubo un desastre”, comentó una persona que trabaja en esa institución oficial. De aproximadamente 176 trabajos, se aceptaron 31, entre estos, existe un buen porcentaje de alumnos de la Escuela Armando Reverón. Dos miembros del jurado son profesores de ese centro de estudios.
        No se puede rechazar una gran cantidad de trabajos utilizando “criterios” en los que juega un papel importante una amalgama de sentimientos que enturbia la opinión de algunos participantes del jurando. Parece ser que el universo de las simpatías y antipatías, el de los compromisos con el mercado del arte, el de las consonancias políticas, pachangueras, o de cualquier otra índole, influyen de manera determinante a la hora de juzgar los trabajos enviados a los salones.
        La historia de los salones de Venezuela, está llena de marranadas inolvidables. La artista Esther Ávila, hace ya varios años, me contó el caso de Florinda Costa: “Ella llevó sus trabajos al Salón Anual de Valencia y fueron rechazados por un jurado que no los vio, pues ni siquiera los desembalaron del paquete”.
        Existen otras fórmulas parecidas pero más perversas e ingeniosas, para jorobar a los creadores de arte que estén enemistados con algunos de los organizadores de las grandes exposiciones que se llevan a cabo en el país, consiste en esconder las obras de los enemigos que osan enviar trabajos a estos eventos artísticos.
        “Como sé que esto pasa, cada vez que soy jurado pido la lista de los participantes”- decía el critico Perán Erminy.
        Cuando en una oportunidad visité al pintor Pedro Ángel González en su casa de San Bernardino, él me habló de muchas de sus experiencias en el medio artístico nacional. Me contó de su época de estudiante en la Academia de Bellas Artes de Caracas, de su interés por la gráfica, el paisaje venezolano, y habló también de varios de sus amigos pintores, algunos de ellos  representantes del grupo que el crítico Enrique Planchart denominó Escuela de Caracas. Pedro Ángel González participó como jurado  en unos cuantos salones realizados en el Museo de Bellas Artes y en otros lugares de nuestra geografía. Contó que en varias de esas oportunidades, tuvo que defender las obras que, pese a su calidad, algunos de sus compañeros en el jurado querían rechazar por estar disgustados con los autores de esos trabajos. Como se ve, esa es una vieja costumbre nacional.
        Hace tres o cuatros años, si mal no recuerdo, otro jurado, a lo Robespierre, guillotinó a la casi totalidad de quienes mandaron sus cuadros y esculturas al Juan Lovera. De manera altanera recomendó que sólo se exhibieran las obras que recibieron premios y menciones honoríficos.
        También en el Michelena, no hace mucho tiempo, pasó algo parecido. Onanismo en conjunto, pues qué otra cosa puede ser.
        Existen sentimientos de frustración que afloran en situaciones de poder. Eso podría explicar ese afán de machucar a los demás, de invalidar  sus realizaciones, de procurar herir. Hay algo en la naturaleza de quienes conforman estos jurados, que en el instante de llevar a efecto esa actividad, un proceso de violencia hace su aparición en ellos. No se le puede dar poder a los necios, pues se les da la ocasión de disfrutar el gustazo de fregar a todo el mundo.
        Quizás este artículo sólo sirva para ser comentado jocosamente en los bares de la ciudad o en cualquier  otro lugar, pues lo inteligente es quedarse quietecito, no decir nada, ya que alguna opinión podría perjudicar la venta, alejar la clientela. Mejor es no enfrentar a nadie y así evitar el pase de factura. Esa cobardía ha propiciado la perversión del medio artístico, donde se otorga un Premio Nacional de Artes Plásticas a quien nunca ha realizado una obra de arte y eso lo aplauden los antiguos “come candela”, anteriores enemigos de la persona galardonada. Y  nadie, por supuesto, se atreve a señalar tal desatino. Esta miseria humana lo explica muy bien el tango Cambalache.
        Interesa saber cómo se llevó a cabo la selección y premiación en el Juan Lovera y qué lecturas se emplearon con el fin de apreciar debidamente la calidad plástica de los trabajos enviados a este Salón. Señores, Aquí no hubo nada de eso. Un joven que presenció la “labor” del jurado, nos dijo: “Aquí pasó de todo, en menos de media hora despacharon la cosa”.
“¿Cómo se efectuó la selección?”
-le pregunté.
        “Se hizo de esta manera: este me gusta, este no me gusta, este tampoco, este me cae mal, este es alumno mío, este sí. Y mejor no le sigo contando porque va a coger una arrechera”.
        Quizás, de manera cautelosa, alguien apoye lo expresado en este artículo. Pero hasta ahí, pues se corre el riesgo ser señalado por quienes dirigen los mecanismos de poder a nivel oficial y privado. Eso lo entiendo, y, además, el miedo es libre.
        En una entrevista que le hicimos a Miguel Von Dangel, en abril de 1995 para una revista de la Cadena Capriles, afirmó: “Napoleón, el poder se vale de nuevos mercenarios cuyos nombres apenas han cambiado. La moral de esta época es la amoral y la disolución de los códigos éticos.” Asumo lo aquí dicho, como un perfecto acto suicida, pues no creo que estas líneas puedan sacudir la conducta pasiva, conformista y temerosa del artista venezolano. Sería interesante que los creadores rechazados realizaran un debate con los miembros del jurado del Salón Juan Lovera, donde estén todos los trabajos recibidos en el Museo Caracas. Podrían estar presentes, como observadores, algunas personalidades  vinculadas al medio de las artes visuales del país. Esto podría ser una gran experiencia que permitiría, sin duda, verificar lo sucedido en este último evento de arte del Concejo Municipal del Municipio Libertador.
        Que este texto sirva de homenaje a Reverón, a quien poco antes de morir le dieron el Premio Nacional de Pintura, el John Boulton y el Federico Brandt, trece años después de haberse creado el Salón Oficial Anual de Arte Venezolano, como para aliviar conciencias y Armando no se fuera “liso” para el cielo.


Artículo Publicado en la REVISTA ELITE 01 -09-98
Material gráfico: lalibreria.blogspot.com    eswikipedia.org